sábado, 21 de agosto de 2021
Lo que antes era raro ya no es más que costumbre. Lo comprobó en el calendario: cuatrocientos quince días desde el primer anuncio, trescientos ochenta y dos desde el primer encierro, trescientos sesenta y ocho desde la primera vez frente a la pantalla, llena de los de antes con las caras azules y aplastadas. Las mismas que va viendo dos veces por semanas, mientras pasan los días, aunque lentos.
La casa de la esquina está pintada de color café oscuro, con letras blancas en el cartel y los costados. “Café del centro”, anuncia, como tantos cafés de tantas partes. Pero hay algo en las letras, en el color, en ese aspecto de café un poco bar y un poco restorán, que no encaja en el barrio. Llora con un dolor que sube, inesperado.
Esa esquina de ahí es un
trasplante, piensa metros después recordando la ciudad a la que iba cada mayo y
que quizá no vuelva recorrer, del plano al cerro, como un puerto.
sábado, 17 de julio de 2021
El domingo se despertó a
las seis y tan despierto que se levantó, se hizo el primer café y dejó abierto
el pan para más tarde. ¿Es la edad o el silencio?, seguía preguntándose una
taza después y hasta las siete y media, cuando empezó a quitarles las hojas
secas a las plantas, sin nadie todavía a quien hablarle.
No es porque nos guste espiar a los vecinos; no, ni eso ni nada parecido. Pero a las ocho están en la cocina, frente a esta ventana que da a otras ventanas, y los vemos. Comida no nos falta y a esa hora sacamos las bandejas del congelador, ordenadas de a dos y para cada día.
En el verano eran solo siluetas,
pero ahora es muy fácil seguirlos y (¡que no lo sepa nadie!) los seguimos. Uno
de ellos se agacha y corta algo, seguramente verduras por lo que se demora. El
otro toma un trozo de carne y pasa toda la primera copa de espumante aliñándola
con lo que saca de unos frascos alineados. Se miran y se ríen; se miran y se
ríen noche a noche, como si el miedo no anduviera rondando todavía. Cuando
terminan, dejan la luz prendida, en una película al revés en que no hay negro
entre una escena y otra.
martes, 29 de junio de 2021
A mitad de la cuadra hay una catarata de florcitas naranja que se escapan de una reja. Frena la bicicleta y está a punto de sacar la cámara de la mochila cuando alguien sale al balcón del segundo piso. “¡Lo felicito!”, grita, antes de darse cuenta que es una mujer de la que alcanza a ver solo el borde las canas, detrás de varios árboles añosos. “¿Quién es?", pregunta ella, mirando la vereda sin anteojos.
Hablan, él con
la cámara agarrada a dos manos en la espalda y ella apoyada en la baranda. Él:
“Paso todas las semanas por aquí y no la había visto”. Ella: “La planté hace
veintitrés años, cuando me mudé aquí”. Él: “¡La felicito!”. Ella: “¿Qué?” Él: “Que
la felicito… muchas gracias”. Ella: “Gracias a usted. No salgo desde marzo y es
la primera vez…”. Se despiden después de media hora y él enfoca de lejos,
saca todas las fotos que quería sacar y mira atrás, apoyándose en la bicicleta
sin ganas de alejarse.
Cuando se les termina el sueño y se encuentran los tres de madrugada, juegan con los sonidos que les llegan: imaginan que los perros son de campo y se ladran de un lado al otro de un estero, cambian el arrastre de los tarros de basura por el sonido antiguo de una carretela. Pero, hagan lo que hagan, el silencio se cuela; no hay nada que agregarle. Solo unas gotas de lluvia, que no son más que eso: gotas, lluvia.
domingo, 13 de junio de 2021
Hay distintos tipos de silencio, de eso se ha dado cuenta. El de la medianoche, mucho después de las motos solitarias. El de las seis de la mañana, que se extiende mientras va amaneciendo y deja imaginar un cerro, un campo, un mar lejos del mar. Ahora también, el de las tardes largas que antes llenaban niños, taconeos, carrasperas; un silencio forzado, lejos de la luz llena de esa hora.
La descubrió una mañana anidando en el balcón. Cuando salió a regar aunque llovía, detrás del ficus y detrás de él en el rincón de la derecha, un nido en las baldosas hecho con pocas ramas. Esa tarde, usando el único permiso que le quedaba para la semana, salió a comprar alpiste, sin saber si servía, y se lo dejó cerca por si acaso. Pero la ve salir todos los días, quizá a buscar algo mejor, y en la casa hay una alegría rara, algo que tiene un arrullo de paloma.
miércoles, 2 de junio de 2021
Solo hay dos horas para caminar de ida y vuelta, sin dar explicaciones. La calle es un túnel de hojas y, mientras los otros corren y se agitan inventándose metas, ella mira las hojas, nada más que las hojas y las ramas, que en estas semanas del otoño van del granate al rojo y amarillo. No va despacio como los que pasean a un perro de verdad, negro y con la cola entera, o a uno de esos perros que parecen diseñados. Va caminando, más lento o más despacio, y se demora en las enredaderas en las que están todos los tonos.
Todos siguen hablando de “encontrarnos”, aunque encontrarse siga siendo un recuerdo o una gran fantasía. O dicen “nos juntamos”, “nos vimos”, “veámonos el sábado”, con ese verse que es a medias, poco más que una foto. Ahora que la única forma de encontrarnos es desde lejos, las palabras se quedan donde estaban, esperando que todo vuelva a ser como era; como antes de “esto”, otra forma de nombrar lo que se esconde.
domingo, 9 de mayo de 2021
Trece meses seguidos en lo mismo: el salto de la cama cuando debería darse una vuelta lenta como aconsejan en la clase de yoga; el encendido a tientas del hervidor de agua, el azúcar, la leche, el apuro por terminar el desayuno; el cansancio sabido de repetir los gestos.
El jueves, cuando todavía no
terminaba de clarear, se vio, como si fuera a otro, en una especie de baile que
iba de la cocina a la mesa y de ahí a la mirada fija en la ventana. No ahuyentó
al gato y se puso a hacerle cariños en la espalda. Mientras sorbía el café, más
fuerte o más entero, encontró en la ventana un cuadrado brillante de hojas
amarillas en ese día oscuro. Y demoró la ducha.
Siempre fui coleccionista, pero de
cosas sin precio, sin pasado. Cuando era adolescente, coleccionaba las tarjetas
que me mandaban los amigos viajeros; palomas de madera, de yeso o porcelana; tazas
hechas a mano y decoradas. Fáciles regalos de cumpleaños que se fueron sumando.
Ahora, para seguir juntando tendría
que tocar las cosas y no puedo. Pero en las salidas a la plaza o
al parque, mirando abajo, arriba y a los lados, llevo varias semanas encontrando
semillas sin nombre, alargadas y duras, semillas cascabel caídas en el pasto,
conos grisverde que se esconden. Como me sobra el tiempo, averiguo y comento
con muy pocas respuestas. Y las traigo. Ya les hice un espacio en el estante de
la entrada, después de eliminar las caracolas. Las miro y me pregunto dónde
estaban.
domingo, 25 de abril de 2021
Con Carmen, con Juan y con
Lisandro y varios conocidos de los últimos meses nos juntamos los sábados de
tarde a recordar las playas. No sé cómo empezó, pero nos gusta, sobre todo por los
atardeceres; las olas que se encogen, el sol hasta que desaparece y las nubes
que deja como señas. El sábado pasado, la señora Matilde, que organizó un grupo
de lectura para los que ni siquiera salen a caminar a las horas permitidas, nos
comentó una historia que nos dejó pensando. No recuerda si la leyó o es
inventada y dice que no importa. Es la historia de un grupo que se junta a
recordar frases, líneas y hasta páginas enteras de libros que por algún motivo
se perdieron.
Piensa en la palabra “milagro”, que le parece grande, exagerada. En el diccionario dice que es “cualquier cosa o suceso sorprendente”, pero eso no lo ayuda.
“Alivio, piensa en alivio”, le
dice Sergio, al que nunca le faltan las respuestas. Si a “milagro” le sobra, a
“alivio” algo le falta. Y sigue sin saber cómo explicarse lo que siente en las
noches, cuando llega a la cama y se estira; sin tos, sin estornudos.
miércoles, 14 de abril de 2021
Se equivocó: no es una niña la que toca piano, a pesar de las pausas y de lo simple de los temas. Después de dudar mucho, el conserje le informa que es don Patricio, un jubilado viudo que no sale de su casa.
Cuando consigue que le traigan
flores, además de las frutas y verduras que recibe una vez a la semana, le deja
las tres mejores envueltas en papel y un mensaje en el que le agradece la
compañía de las tardes. Él no responde; ¿miedo a un mal intento de romance?,
¿miedo a que lo interrumpan? Sigue tocando todas las tardes, desde las cinco y
hasta las ocho o nueve, sin detenerse para prender las luces después de que
oscurece.
domingo, 4 de abril de 2021
Cuando vuelve a escucharlo, ya van más de seis meses desde que lo vio tocando por primera vez en la plaza cercada. Desde entonces, oye el saxo de lejos, apagado por los árboles, los autos, las sirenas. Hoy sábado, a siete días de este nuevo encierro, lo ve pasar por la vereda con pantalones cortos, más seguro en las notas y caminando lento a pesar de la prohibición de salir a la calle. No se detiene; solo responde con un guiño a los aplausos.
Se despierta temprano, a pesar de ser domingo. Se prepara un café y guarda en una bolsa la otra mitad en un termo, junto con la mitad de las tostadas y un jugo de naranja. Saca el auto del estacionamiento y se instala apenas a unos metros de la entrada, al lado de la plazuela con la fuente vacía. En la radio, el programa de música italiana de los años sesenta que quería escuchar desde que lo anunciaron; media hora de aire y de hojas que ya empiezan a ponerse amarillas. Y se vuelve a esconder, sin que lo vean.
domingo, 28 de marzo de 2021
La playa está vacía; ni un bote a la distancia en la mañana, nadie corriendo o caminando por la arena, nadie paseando a un perro. De las cabañas, sale humo de asado después de mediodía; salen risas y música de espaldas al oleaje.
Mañana partirán los que están aquí por unos días escapando del gris. La playa está en suspenso con un azul que cambia para nadie.
domingo, 7 de marzo de 2021
Vuelve al centro como si fuera
una aventura. Y es aventura y divertida, porque ahora en las veredas puede
comprar de todo; no solo libros pirateados sino también peinetas y cepillos,
tuercas y clavos, pañuelos y bufandas, velas, copias de cuadros
famosos que apenas se distinguen, máscaras de todos los colores, con mariposas
y angelitos para niños, con frases, con banderas. Se emociona al ver que siguen
abiertos los pasajes que se especializan en canastas importadas, zapatillas,
cajas pintadas o bolsas de regalo y cruza de lado a lado la plaza que trataba
de evitar por los predicadores. Después de un jugo fresco de naranja en el café
de siempre frente a la catedral, remata la tarde en el negocio de electrónicos,
donde compra la misma batería de todos los febreros para el reloj que no ha
vuelto a ponerse en casi un año.
A falta de aire libre, pasa treinta
minutos en la mañana y otros treinta en la tarde en la trotadora, que por
suerte alcanzó a comprar antes de que se agotaran. En estos meses, aprendió a
medir los pasos y las calorías, a medir lo que llaman “las distancias” aunque
no está lejos de nada. Todo eso delante de imágenes fundidas en el televisor, que
pueden ser de nubes o paisajes exóticos, de bosques o de olas y que reprograma
cada día para sentir que algo cambia.
domingo, 21 de febrero de 2021
Desde mayo, los Gutiérrez (que se conocieron en la zapatería del centro comercial ahora cerrado) cocinan pizas que les compran casi todos los vecinos, sus amigos y sobre todo la familia de los Muñoz (los que trabajaban de ayudantes en la escuela), que hacen tortas de panqueques con crema que les venden a los Silva, los mismos que les llevan huevos de campo a los Díaz, que acaban de organizar un servicio de despacho de fruta fresca a domicilio y que en el camino recogen los zapatitos para recién nacidos que teje la señora Francisca, de los colores que le pidan.
“¡Voy a poder! ¡Voy a llegar!”, se dice sin decirlo, pensando en la película que veían con los primos. Es raro, pero desde su casa hasta el estero no lo detiene nadie; quizá porque se cuela por las calles más solas, porque se atreve por las avenidas donde seguramente hay otros más sospechosos que él, Después de tanto zigzaguear, llega al faldeo de los primeros cerros con la carpa, linternas y varias bolsas con comida que deberían alcanzarle para un mes y medio. “¡Voy a poder!”, se dice.
martes, 16 de febrero de 2021
Cuando vuelvas a ir, usarás una talla más de ropa y por primera vez, te resignarás a las odiadas zapatillas en lugar de zapatos. No te importará ir con calcetas gruesas, con una bufanda chillona y abrigada que no combina muy bien con el abrigo. El viento será el mismo que hace llorar de frío; la indiferencia de los que esperan en el paradero la misma que recuerdas. Pero te alegrarás más que nunca en esas calles.
viernes, 5 de febrero de 2021
Por recomendación del oculista, hace una pausa cada veinte minutos, mira a unos cinco metros de distancia y parpadea. En los pocos segundos del descanso, descubre una cortina que baila con ese viento raro que baja por las tardes a pesar del calor. Descubre un patio lleno de niños, descubre una piscina improvisada.
Deja la cubetera apoyada en el borde, para ir sacando hielos y agregarlos al jugo, por si sirviera de algo en esa tarde calurosa. Poco después, un golpe: la cubetera en el suelo, hacia abajo como las tostadas que caen siempre sobre el lado donde va la mermelada, y rodeada de agua.
Un par de gotas y nada más que
un par de gotas de hielo derretido deben de haber sido suficientes para que el
plástico perdiera el equilibro. A veces, cuando sale a la calle, se pregunta
dónde están esas gotas, en qué cruce, en qué almacén, ¿en el botón del
ascensor?, ¿en la manilla?.
domingo, 24 de enero de 2021
Día por medio aparece en la pantalla la invitación de una empresa de turismo: “¡Nuevo año y nuevas aventuras!”, “¿Dónde piensas ir este año?”. Piensa dónde querría ir y se le ocurren muchos lugares lejos de la ciudad en la que vive. Piensa en las ganas de aceptar la oferta y comprar un pasaje, aunque no sepa cuánto falta para poder renovar el pasaporte. Mientras tanto, sigue mirando la foto de una playa rosada, imagen para los meses de verano de calendario antiguo como el que tenía en la oficina hace apenas diez meses.
Día por medio aparece en la pantalla la invitación de una empresa de turismo: “¡Nuevo año y nuevas aventuras!”, “¿Dónde piensas ir este año?”. Piensa dónde querría ir y se le ocurren muchos lugares lejos de la ciudad en la que vive. Piensa en las ganas de aceptar la oferta y comprar un pasaje, aunque no sepa cuánto falta para poder renovar el pasaporte. Mientras tanto, sigue mirando la foto de una playa rosada, imagen de calendario antiguo para los meses de verano, como el que tenía en la oficina hace apenas diez meses.
domingo, 10 de enero de 2021
Desde fines de mayo, se permite algunos vicios, todos los días, sin excepción durante toda la semana: un cuarto de barra de chocolate; dos puñados de arándanos; un sorbo de coñac de la botella que le regalaron en su último cumpleaños. Veinte gotas y no más de pasiflora cada noche, para ayudarle al sueño.
Javier saca la cuenta que lleva
por lo menos diez días peleado con Elvira y, sin hacer más cálculos, sabe que
en las tardes todo empeora. Pero la cita con los amigos es a las siete y piensa
que no puede faltar, que sea como sea va a conectarse para hablar con ellos por
un rato y ya pagará el precio.
Mientras transpira con la
presentación para mañana, Simón recuerda lo que acordaron y sueña con que
se atrasen para terminarla antes de que se le pierdan las ideas. La cita
es a las siete y, mientras tanto −veinte, diez,
cinco minutos menos− sigue tecleando y
mirando la bibliografía de reojo.
Ricardo lleva horas tratando de
copiar lo que anotó en la hoja de cálculos en el disco duro externo y no se atreve a llamar a su hija para que le
explique otra vez cómo funciona. Pero la cita es a las siete, aunque a las
siete y media deja de recordarla.
“Se olvidaron”, piensan por turnos y aliviados. El domingo siguiente se aparecen media hora antes en las pantallas de los otros, sin
comentarse nada.
sábado, 2 de enero de 2021
Nunca les gustaron las fiestas de fin de año ni ninguna otra fiesta obligatoria. Se lo dijeron en el primer encuentro, otro diciembre, y aunque la historia cambia cada vez que la cuentan ese fue el primer guiño, como el pedazo compartido de torta de frutillas, tan poco navideña.
Después de tantos meses saliendo
poco o nada, este año no saben por qué las luces que se prenden y se apagan no
parecen intrusas; por qué les gustan tanto que podrían brindar o algo parecido.
El abrazo les basta, aunque no se miren cuando lo comentan.
En el último día del año, cuando lo esperaban los niños y hasta los no tan niños para jugar un rato a los recuerdos, nos desilusionó el organillero que venía todas las tardes, sábado y domingo y los días de semana. No llegó ese 31 de diciembre con las rancheras de siempre y una canción de Violeta Parra apenas distinguible. Quizá porque prefirió entretener a la gente de su barrio, porque lo contrataron para una presentación en línea de tradiciones musicales; quizá porque tenía fiebre. Nunca llegamos a saberlo.