A mitad de la cuadra hay una catarata de florcitas naranja que se escapan de una reja. Frena la bicicleta y está a punto de sacar la cámara de la mochila cuando alguien sale al balcón del segundo piso. “¡Lo felicito!”, grita, antes de darse cuenta que es una mujer de la que alcanza a ver solo el borde las canas, detrás de varios árboles añosos. “¿Quién es?", pregunta ella, mirando la vereda sin anteojos.
Hablan, él con
la cámara agarrada a dos manos en la espalda y ella apoyada en la baranda. Él:
“Paso todas las semanas por aquí y no la había visto”. Ella: “La planté hace
veintitrés años, cuando me mudé aquí”. Él: “¡La felicito!”. Ella: “¿Qué?” Él: “Que
la felicito… muchas gracias”. Ella: “Gracias a usted. No salgo desde marzo y es
la primera vez…”. Se despiden después de media hora y él enfoca de lejos,
saca todas las fotos que quería sacar y mira atrás, apoyándose en la bicicleta
sin ganas de alejarse.
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