Siempre fui coleccionista, pero de
cosas sin precio, sin pasado. Cuando era adolescente, coleccionaba las tarjetas
que me mandaban los amigos viajeros; palomas de madera, de yeso o porcelana; tazas
hechas a mano y decoradas. Fáciles regalos de cumpleaños que se fueron sumando.
Ahora, para seguir juntando tendría
que tocar las cosas y no puedo. Pero en las salidas a la plaza o
al parque, mirando abajo, arriba y a los lados, llevo varias semanas encontrando
semillas sin nombre, alargadas y duras, semillas cascabel caídas en el pasto,
conos grisverde que se esconden. Como me sobra el tiempo, averiguo y comento
con muy pocas respuestas. Y las traigo. Ya les hice un espacio en el estante de
la entrada, después de eliminar las caracolas. Las miro y me pregunto dónde
estaban.
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