Trece meses seguidos en lo mismo: el salto de la cama cuando debería darse una vuelta lenta como aconsejan en la clase de yoga; el encendido a tientas del hervidor de agua, el azúcar, la leche, el apuro por terminar el desayuno; el cansancio sabido de repetir los gestos.
El jueves, cuando todavía no
terminaba de clarear, se vio, como si fuera a otro, en una especie de baile que
iba de la cocina a la mesa y de ahí a la mirada fija en la ventana. No ahuyentó
al gato y se puso a hacerle cariños en la espalda. Mientras sorbía el café, más
fuerte o más entero, encontró en la ventana un cuadrado brillante de hojas
amarillas en ese día oscuro. Y demoró la ducha.
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