Llevan 45 días recluidos. El departamento podría estar
vacío; ni voces, ni una salida a botar la basura, ni un ruido, nunca, frente al
ascensor. Dos encerrados como miles de dos en toda la ciudad, que reciben la
comida en la puerta y vuelven a esconderse. A veces solamente, hay una voz de
niño, una queja o un llanto interminable.
Otros niños juegan a la pelota en el estacionamiento o se
persiguen en la plaza. Él es solo un grito a media tarde, cuando quizá
despierte de la siesta y vuelva a ver los muros y a sentir cómo se mueven sus
padres en silencio.
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