A propósito de un artículo sobre los efectos psicológicos
del virus que comentaron en el subgrupo de temas actualidad del comité “A un
metro de distancia” organizado por los vecinos de la plaza, Esteban propuso
hacer una lista de adicciones.
María Elena llegó al siguiente encuentro con una lista
larga y aclaró: “Algunas propias, no voy a decir cuáles, y todas las demás de
otras personas”. La adicción a poner el despertador a las seis de la mañana
para sentir que no se estanca. La adicción a limpiar las perillas de las
puertas. La adicción a echarle una cucharadita rasa de azúcar al café y ni
medio gramo más. La adicción a comerse media barrita de chocolate para endulzar
el insomnio.
Sebastián llegó con una hoja en blanco. Miguel con solo
dos: la adicción a volver varias veces a revisar que todo esté apagado antes de
salir, como cuando había cálifonts a gas; la costumbre de secar los vasos y los
platos con papel apenas termina de lavarlos.
Las que se repetían eran las más comunes: limpiar con agua
y cloro las bolsas con las llegan de la calle, dejar los zapatos afuera de la
puerta y caminar descalzos hasta encontrar las zapatillas, sumergir también en
una mezcla con cloro las verduras.
Nadie habló de alcohol ni cigarrillos. Nadie quiso contar
que no abría las ventanas.
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