Las pelusas, piensa después de perseguirlas por todos los
rincones, son la mejor imagen de inconcluso, una palabra seria, de libro, no de
vida. Alguna vez lo pensó antes, pero sin imaginarse esas mañanas en que recorre
el departamento aspiradora en mano y con botellas de desinfectante para madera,
baldosas y aluminio.
Primero lo comenta con los dos amigos de los jueves,
después en el taller de escritura en el que nadie lo ve porque el ángulo de la pantalla
alcanza apenas para el pelo y la frente. Podría publicar un artículo que se
llame “Las eternas pelusas” y hablar de su insistencia, citar a algún filósofo,
preguntarse por sus formas y sobre todo por su origen tan lejos de la tierra y
de los árboles. Eso será después. Cuando todo esto pase, como se oye decir varias
veces al día.
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