Todos los días hace lo que puede. Ejercicios antes del
desayuno, lectura de los diarios, caminata en los pocos pasillos sin muebles
que le permiten estirar las piernas. Después cocinar, limpiar, lavar turnándose
con ella misma en las tareas. En la tarde, vuelta a revisar lo que escriben los
otros, sus chistes y sus miedos, sus mínimas victorias. A veces, también pinta
o escribe un par de horas y a las ocho, quizá una película.
El cansancio no encaja con lo hecho. Es un cansancio no
de movimiento ni de dolor de espalda, que no se llama angustia pero pesa.
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