Las olas estaban a la altura de sus ojos. No eran altas y
su vaivén no alcanzaba a arrastrarlo, porque era una ola más en ese todo
inmenso. Curioso: había algo de miedo, como el miedo que sienten los niños y se
ríen, y algo de alegría en la complicidad del agua. Al despertar, le quedaba el
recuerdo de cabezas diminutas que, como él, iban y venían.
domingo, 24 de mayo de 2020
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