Eran las
once con treinta y seis minutos cuando empezó a temblar. Primero fue el vaivén lento,
que podría haber sido otra cosa; luego el crujido de los estantes, el remezón
de las paredes. Corrió a la puerta y se instaló en la entrada, como si estar
ahí la protegiera. Por primera vez, nadie salió a mirar o a acompañarse.
Mientras siguió temblando, solo ella aferrada a las maderas. Solo el corredor
largo con luces más que blancas moviéndose junto con el techo.
sábado, 1 de agosto de 2020
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