Empiezan a
asomarse sin esperar que anuncien el final del encierro. El chinchinero, que
da vueltas con el tambor a cuestas y el mismo empeño de hace cuatro meses. El
afilador de cuchillos que solo se escuchaba desde lejos, desde tan lejos que
podría haber sido ya hace medio siglo. El vendedor de algas, que las muestra
hacia arriba como antes las mostraba de casa en casa, y se aleja con un grito indescifrable.
Los sábados
siguen viniendo los dos adolescentes que arrastran una maleta descolorida y que
no venden nada; solo piden comida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario