Camino a la
farmacia, las calles están llenas de un sol limpio que ilumina los árboles y
chispotea las veredas al día siguiente de la lluvia. En una esquina y de
repente, de lado a lado de todo lo que se alcanza a ver, está la cordillera, completa,
interminable, de un blanco insospechado desde la pobre unión de sus dos únicas ventanas.
Por comprar
algo, compra un champú y una bolsa de mentas y se queda de pie, apoyada en un
poste, hasta que empiezan a dolerle las piernas por el frío y las nubes empiezan
a borrar lo que era puro brillo.
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