martes, 28 de abril de 2020


El miedo que empezaba a sentir apenas oscurecía no era a que la noche fuera más larga que las otras, a que se convirtiera en un insoportable darse vueltas en la cama.
Era el miedo a que volviera la misma pesadilla de las noches pasadas. Dos hombres en el balcón amenazándolo con entrar a la casa por la fuerza y él solo con un cucharón de madera en la mano, el crujido del vidrio, sus manos que buscaban otro objeto.
La pesadilla tenía un buen final, porque cuando trataba de cerrar con llave la puerta que los separaba se daba cuenta que había estado siempre abierta y ellos del otro lado. Pero seguía costándole dormirse.

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