El fumador, que fuma poco
pero se alegra con cada pitada lenta, sobre todo en las tardes, siempre pensó
que eso tendría que pasar cuando llegara a los 75, a los 80. Un día le dirían
que se acabó y acataría. Mientras tanto, cada vez que viajaba aprovechaba de
comprar sus puros favoritos, los que no se encontraban ni en el barrio ni en
ningún otro barrio.
Ahora, aeropuertos vacíos
y vuelos cancelados, miraba cada caja que había acumulado. Tres, dos, la
última. Ahora era ese día en que se terminaban.
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