viernes, 27 de marzo de 2020

Las estaciones

Las mañanas eran siempre de invierno, quizá porque a esa hora seguía estando frío, quizá por encontrarse de nuevo en el encierro. Por eso, bajó de los armarios varios chalecos que se iba turnando encima del piyama mientras paseaba la taza de café, ahora sin apuro.
A media mañana, cuando por unas horas había parecido que en verdad era invierno, empezaba a asomar un sol tranquilo que lo iba acompañando con un sabor de otoño mientras trataba de improvisar algo en la cocina. Era un otoño lento, como son los otoños; luz dorada y de lado, punteada por las hojas de los árboles.
De las tres a las siete volvía a ser verano y hasta era difícil leer en la terraza.
En la noche, tenía que echar mano de nuevo a algún chaleco. Lo único que faltaba era la primavera, tan lejos todavía.

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