Cuando prohibieron las
salidas a la calle, tenía en la despensa kilos de arroz, lentejas y garbanzos;
doce bolsas de café descafeinado; ocho latas de salsa de tomate, catorce de
atún sin aceite, dos de arvejas que nunca consumía y puré de castañas que
tampoco. Para disimular, en la bodega guardaba papel higiénico para dos meses y
medio, más o menos, y pilas incontables de toallitas húmedas, pañuelos de un
solo uso y litros de litros de desinfectantes.
Poco después de que
prohibieron las salidas a la calle, empezó a comer legumbres, cosa que nunca
hacía, por no echar mano a toda la carne que tenía en el congelador, también
repleto de verduras cocidas.
En el estante, varios
kilos de frutos secos. En el baño, veinte botellitas de gel, cuatro frascos de champú
y, lo que ahora ya no necesitaba, cremas para el pelo, siete en total de
diferentes marcas.
Cuando finalmente prohibieron
las salidas a la calle, se preguntó “¿Y las flores?”. ¿Qué iba a hacer sin flores
a la entrada ahora que faltaban?
No hay comentarios:
Publicar un comentario