jueves, 19 de marzo de 2020


Cuando prohibieron las salidas a la calle, tenía en la despensa kilos de arroz, lentejas y garbanzos; doce bolsas de café descafeinado; ocho latas de salsa de tomate, catorce de atún sin aceite, dos de arvejas que nunca consumía y puré de castañas que tampoco. Para disimular, en la bodega guardaba papel higiénico para dos meses y medio, más o menos, y pilas incontables de toallitas húmedas, pañuelos de un solo uso y litros de litros de desinfectantes.
Poco después de que prohibieron las salidas a la calle, empezó a comer legumbres, cosa que nunca hacía, por no echar mano a toda la carne que tenía en el congelador, también repleto de verduras cocidas.
En el estante, varios kilos de frutos secos. En el baño, veinte botellitas de gel, cuatro frascos de champú y, lo que ahora ya no necesitaba, cremas para el pelo, siete en total de diferentes marcas.  
Cuando finalmente prohibieron las salidas a la calle, se preguntó “¿Y las flores?”. ¿Qué iba a hacer sin flores a la entrada ahora que faltaban?

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