En la primera vuelta, le gustó como corría, sin la desesperación de tantos corredores, y hasta se daba tiempo para mirar un jacarandá con flores nuevas. Después le gustaron las zapatillas que llevaba, el pelo suelto. Los todo y nada de los buenos encuentros.
En la segunda vuelta, empezó a
correr más lento para volver a cruzarse con ella cerca de las muy prohibidas máquinas de ejercicios y no llegó hasta la calle que se había puesto como meta,
para no demorar el otro cruce.
La tercera fue mucho más corta
que las otras y se quedó en un gesto de estirar las piernas, casi seguro de que ella también iba más
lento. Aunque siempre con la duda de si le sonreía, como él a ella, desde
debajo de la mascarilla.
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