Después de treinta años de trabajar en el banco, primero atendiendo público y sacando cuentas en una maquinita de las que ahora venden los anticuarios y después ascendiendo hasta llegar a jefe de área, entre todos los compañeros le regalaron un reloj. Un reloj con pulsera de plástico que nunca se quitaba. Un día de esos en que no se podía salir sin permiso, aprovechó la calle vacía para dejarlo lentamente en la cuneta; sin rabia, seguro de que no le hacía falta.
domingo, 1 de noviembre de 2020
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