martes, 29 de junio de 2021


 

A mitad de la cuadra hay una catarata de florcitas naranja que se escapan de una reja. Frena la bicicleta y está a punto de sacar la cámara de la mochila cuando alguien sale al balcón del segundo piso. “¡Lo felicito!”, grita, antes de darse cuenta que es una mujer de la que alcanza a ver solo el borde las canas, detrás de varios árboles añosos. “¿Quién es?", pregunta ella, mirando la vereda sin anteojos.

Hablan, él con la cámara agarrada a dos manos en la espalda y ella apoyada en la baranda. Él: “Paso todas las semanas por aquí y no la había visto”. Ella: “La planté hace veintitrés años, cuando me mudé aquí”. Él: “¡La felicito!”. Ella: “¿Qué?” Él: “Que la felicito… muchas gracias”. Ella: “Gracias a usted. No salgo desde marzo y es la primera vez…”. Se despiden después de media hora y él enfoca de lejos, saca todas las fotos que quería sacar y mira atrás, apoyándose en la bicicleta sin ganas de alejarse.


 

Cuando se les termina el sueño y se encuentran los tres de madrugada, juegan con los sonidos que les llegan: imaginan que los perros son de campo y se ladran de un lado al otro de un estero, cambian el arrastre de los tarros de basura por el sonido antiguo de una carretela. Pero, hagan lo que hagan, el silencio se cuela; no hay nada que agregarle. Solo unas gotas de lluvia, que no son más que eso: gotas, lluvia.

domingo, 13 de junio de 2021


 

Hay distintos tipos de silencio, de eso se ha dado cuenta. El de la medianoche, mucho después de las motos solitarias. El de las seis de la mañana, que se extiende mientras va amaneciendo y deja imaginar un cerro, un campo, un mar lejos del mar. Ahora también, el de las tardes largas que antes llenaban niños, taconeos, carrasperas; un silencio forzado, lejos de la luz llena de esa hora.


 

La descubrió una mañana anidando en el balcón. Cuando salió a regar aunque llovía, detrás del ficus y detrás de él en el rincón de la derecha, un nido en las baldosas hecho con pocas ramas. Esa tarde, usando el único permiso que le quedaba para la semana, salió a comprar alpiste, sin saber si servía, y se lo dejó cerca por si acaso. Pero la ve salir todos los días, quizá a buscar algo mejor, y en la casa hay una alegría rara, algo que tiene un arrullo de paloma.

miércoles, 2 de junio de 2021


 

Solo hay dos horas para caminar de ida y vuelta, sin dar explicaciones. La calle es un túnel de hojas y, mientras los otros corren y se agitan inventándose metas, ella mira las hojas, nada más que las hojas y las ramas, que en estas semanas del otoño van del granate al rojo y amarillo. No va despacio como los que pasean a un perro de verdad, negro y con la cola entera, o a uno de esos perros que parecen diseñados. Va caminando, más lento o más despacio, y se demora en las enredaderas en las que están todos los tonos.


 

Todos siguen hablando de “encontrarnos”, aunque encontrarse siga siendo un recuerdo o una gran fantasía. O dicen “nos juntamos”, “nos vimos”, “veámonos el sábado”, con ese verse que es a medias, poco más que una foto. Ahora que la única forma de encontrarnos es desde lejos, las palabras se quedan donde estaban, esperando que todo vuelva a ser como era; como antes de “esto”, otra forma de nombrar lo que se esconde.