lunes, 12 de octubre de 2020

Octavio murió a los 89 años, dos después de la muerte de su mujer y siete desde que decidieron dejar de leer los diarios, una tarde de junio ya en el segundo invierno, en la casa de campo donde se refugiaron, tan sola a veces y tan consuelo siempre.

Desde entonces pedían lo que necesitaban por teléfono, a una voz metálica que solo tenía tres posibles respuestas. Desde el tercer invierno, todo empezó a llegarles por drones que dejaban caer los paquetes con verduras y hasta pescado fresco en el punto indicado.

De vez en cuando se acordaban de la noticia sobre unos soldados japoneses que pasaron más de treinta años escondidos en una isla de Filipinas sin saber que había terminado la segunda guerra. Y se reían.

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