Como nunca se sintió cómoda con las sesiones a distancia, desde que abrieron los cafés con unas pocas mesas espaciadas, les da cita a los pacientes en el que queda más cerca de su casa. Mauricio es nuevo. Llega puntual y a la pregunta de si le molesta que fume responde sacando del bolsillo su propia cajetilla.
“Cuando me dijo que estaba
embarazada, la bloqueé, me desaparecí”, dice en voz alta, como delante
de la pantalla en la que quedaron de acuerdo para verse. “Fue en
una de esas fiestas que hacíamos desde el viernes al domingo de noche cuando
había cuarentena… debe haber sido en mayo… quizá junio”. La adolescente sentada
a dos metros levanta la cabeza y la vuelve a esconder en el espresso que acaban
de ponerle delante, todavía con el dibujo
de flor que le hacen al servirlo y que sorbe despacio por el lado del tallo. A Mauricio no
le tiemblan las manos mientras sujeta el cigarrillo. “No fue la única vez que
traté de suicidarme; por eso le escribí”, explica en un discurso que parece sin
testigos. Mueve las piernas, que terminan en zapatos de moda, pulidos y
puntudos. Mira de frente, pero a un punto lejano, y sigue hablando.
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