domingo, 4 de octubre de 2020

Como nunca se sintió cómoda con las sesiones a distancia, desde que abrieron los cafés con unas pocas mesas espaciadas, les da cita a los pacientes en el que queda más cerca de su casa. Mauricio es nuevo. Llega puntual y a la pregunta de si le molesta que fume responde sacando del bolsillo su propia cajetilla.

“Cuando me dijo que estaba embarazada, la bloqueé, me desaparecí”, dice en voz alta, como delante de la pantalla en la que quedaron de acuerdo para verse. “Fue en una de esas fiestas que hacíamos desde el viernes al domingo de noche cuando había cuarentena… debe haber sido en mayo… quizá junio”. La adolescente sentada a dos metros levanta la cabeza y la vuelve a esconder en el espresso que acaban de ponerle delante, todavía con el dibujo de flor que le hacen al servirlo y que sorbe despacio por el lado del tallo. A Mauricio no le tiemblan las manos mientras sujeta el cigarrillo. “No fue la única vez que traté de suicidarme; por eso le escribí”, explica en un discurso que parece sin testigos. Mueve las piernas, que terminan en zapatos de moda, pulidos y puntudos. Mira de frente, pero a un punto lejano, y sigue hablando.  

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