domingo, 25 de abril de 2021


 

Con Carmen, con Juan y con Lisandro y varios conocidos de los últimos meses nos juntamos los sábados de tarde a recordar las playas. No sé cómo empezó, pero nos gusta, sobre todo por los atardeceres; las olas que se encogen, el sol hasta que desaparece y las nubes que deja como señas. El sábado pasado, la señora Matilde, que organizó un grupo de lectura para los que ni siquiera salen a caminar a las horas permitidas, nos comentó una historia que nos dejó pensando. No recuerda si la leyó o es inventada y dice que no importa. Es la historia de un grupo que se junta a recordar frases, líneas y hasta páginas enteras de libros que por algún motivo se perdieron.  



 

Piensa en la palabra “milagro”, que le parece grande, exagerada. En el diccionario dice que es “cualquier cosa o suceso sorprendente”, pero eso no lo ayuda. 

“Alivio, piensa en alivio”, le dice Sergio, al que nunca le faltan las respuestas. Si a “milagro” le sobra, a “alivio” algo le falta. Y sigue sin saber cómo explicarse lo que siente en las noches, cuando llega a la cama y se estira; sin tos, sin estornudos.

miércoles, 14 de abril de 2021


 

Las luces son de Navidad; el olor a asado, de setiembre; las velas, de todas las noches a las nueve. El silencio ya parecería que es de siempre.


 

Se equivocó: no es una niña la que toca piano, a pesar de las pausas y de lo simple de los temas. Después de dudar mucho, el conserje le informa que es don Patricio, un jubilado viudo que no sale de su casa. 

Cuando consigue que le traigan flores, además de las frutas y verduras que recibe una vez a la semana, le deja las tres mejores envueltas en papel y un mensaje en el que le agradece la compañía de las tardes. Él no responde; ¿miedo a un mal intento de romance?, ¿miedo a que lo interrumpan? Sigue tocando todas las tardes, desde las cinco y hasta las ocho o nueve, sin detenerse para prender las luces después de que oscurece.

domingo, 4 de abril de 2021


 

Cuando vuelve a escucharlo, ya van más de seis meses desde que lo vio tocando por primera vez en la plaza cercada. Desde entonces, oye el saxo de lejos, apagado por los árboles, los autos, las sirenas. Hoy sábado, a siete días de este nuevo encierro, lo ve pasar por la vereda con pantalones cortos, más seguro en las notas y caminando lento a pesar de la prohibición de salir a la calle. No se detiene; solo responde con un guiño a los aplausos.


 

Se despierta temprano, a pesar de ser domingo. Se prepara un café y guarda en una bolsa la otra mitad en un termo, junto con la mitad de las tostadas y un jugo de naranja. Saca el auto del estacionamiento y se instala apenas a unos metros de la entrada, al lado de la plazuela con la fuente vacía. En la radio, el programa de música italiana de los años sesenta que quería escuchar desde que lo anunciaron; media hora de aire y de hojas que ya empiezan a ponerse amarillas. Y se vuelve a esconder, sin que lo vean.