viernes, 25 de diciembre de 2015


Soledad soñaba con un silencio en el que pudiera estar sin distraerse, con una disciplina, un entusiasmo.  A falta de eso, se dejaba llevar por un libro o por varios, por las hojas veteadas que descubría en cada caminata.  Por los pájaros que en esa primavera empezaban a cantar mucho antes que los autos llenaran de frenazos la callecita arbolada. 

viernes, 25 de septiembre de 2015

Desde el piso de arriba, donde solo se cocina lo inmediato -tallarines al dente, un bistec recién sacado del frízer, arroz muy raras veces-, el olor a cebollas que se fríen con orégano fresco y quizá unos pedazos de tomate tiene un algo tibio que se cuela.

lunes, 20 de julio de 2015


Papá y mamá dicen que cambiaron la hora y por eso está de noche cuando me despiertan para ir a la escuela.  Es cierto: está de noche pero no como en las noches de verdad, cuando espero a que estén todos durmiendo para ir al cajón donde esconden los dulces; de noche, como cuando llueve tanto que no me levanto ni siquiera para eso.
En la mañana, mamá se para en la puerta y nos grita como nunca, pero Elena y Gabriel y hasta yo nos quedamos sin movernos, escondidos en las sábanas, solo con ganas de seguir durmiendo porque nadie puede despertarse cuando está tan oscuro, y mamá tiene que quitarnos las mantas y decir que ya está lista la leche como esa vez que salimos de viaje muy temprano, pero con tantas ganas de partir que no importaba.
El desayuno a esa hora no tiene gusto a nada y en la clase de gimnasia, que sigue siendo la primera, no nos dan ganas de movernos y don Carlos ya no nos saca a correr al patio, no sé por qué, quizá por miedo a que nos tropecemos.
Yo sigo preguntándome cómo puede cambiar la hora, cuando todos, menos los niños de la escuela, la llevan en la mano como antes.  Por eso le pregunté a don Néstor, el que abre la puerta y nos saluda, y él me dijo que la hora es algo que no cambia, que los jefes son los que la mueven y puso la misma cara de asco que pone siempre cuando dice esa palabra.
“La hora, hijo, sigue siempre donde mismo”, dijo después y me mostró las nubes que empezaban a verse. “No te preocupes, que ahí no cambia nada”.

Desde entonces, me da lo mismo que sea noche o no y mamá ya no tiene que sacarme las mantas para que me levante. No me da rabia y tampoco me da miedo, porque sé que no va a seguir siempre así, como dice don Néstor, y un día cualquiera después de las vacaciones o quizá otro, vamos a despertar con el cielo bien claro y me voy a pelear de nuevo con Gabriel por ser el primero de los tres que corre hasta la ducha. 

miércoles, 20 de mayo de 2015

Diseño de Tomás Gottlieb y Verónica Varas


domingo, 12 de abril de 2015

Antonio supo inmediatamente que la guerra había terminado. No se lo dijeron ni sus padres ni sus abuelos, que antes la comentaban a toda hora; tampoco la señora de falda larga que venía a cocinarles ni los niños con que jugaba en las tardes, a veces a pelear contra los enemigos que imaginaban gritones y egoístas, ladrones de todos los juguetes que perdían. 
Lo supo después de atravesar el patio de la escuela, ese patio gris y silencioso en el que se escondía al lado de una estatua cuando el día era tan triste que se arrancaba de la clase dando cualquier motivo. En la otra punta estaba el director, conversando sonriente con los hermanos mayores de sus compañeros. 

El viejo que vendía pasteles a la salida se había quitado el sombrero con que antes se tapaba la mitad de la cara. Hoy no cobraba y, después de recorrer la bandeja con unas manos gruesas como las de la cocinera, eligió para Antonio un bizcocho con crema de vainilla, el que más le gustaba.

Soñó toda la noche con que estaba despierta. Cuando miró el reloj poco antes de las nueve, vio que el vaso de agua estaba lleno y que las sábanas seguían estiradas, como después de un sueño quieto. 

Llevaba varios meses en una adolescencia sin futuro; un paréntesis que la dejaba inmóvil mirando la pantalla, ordenando cajones, bostezando.

No se miraba al espejo como los adolescentes, no se inventaba peinados.  Solo se preguntaba qué haría cuando volviera a tener ganas de hacer algo.  

domingo, 1 de febrero de 2015

Tan lejos de los espacios limpios,
lo único que nos queda
es seguir recogiendo los pocos de ciudad
que le ganan de abajo, por secretos:
el capricho de un tronco, 
el derrame de flores desde un patio cercado,  
ese mechón de hierba que sale del cemento.
Los pocos de ciudad 

que son silencio.

Agradezco no el calor del verano,
sí las calles más solas y cordiales. 
No la imagen del hombre en la vereda,
sudoroso, que vende fruta fresca;
sí el espacio casual
entre la ira

de tantos otros meses.

domingo, 11 de enero de 2015


Lo único que le daba algo de alivio en la silla de ruedas después de dos operaciones a la columna era pasarse horas viendo cine; acordarse del director ruso que dijo "el arte no habla de lo que somos sino de lo que podríamos ser”.  Y entonces caminaba.

jueves, 1 de enero de 2015


Después de la primera convalecencia, lo primero que recuperó fueron los pájaros, la luz y los reflejos de la calle.  Mucho después vino el café y sin leche.  Las ganas de llorar, pero de asombro.