domingo, 21 de agosto de 2011

La señora Elvira

La señora Elvira, antes de que se llame así y antes que la conozca, dormita en el único banquito que hay a la entrada de las Galerías Pacífico en Buenos Aires, un sábado a media tarde y rodeada de cientos de personas que vienen y sacan fotos, que vienen y se aglomeran, que vienen a buscar un regalo apurado para el día del niño.

Cuando me siento a su lado, pienso “¡Pobre señora!, dormitando aquí sola en medio del bullicio”. Pero apenas saco el mapa de la cartera para averiguar cómo vuelvo al hotel, la señora, esta señora Elvira, despierta, me pregunta dónde quiero ir y, al darse cuenta que voy en la misma dirección que ella, me pide que la acompañe porque el bastón no le alcanza para aguantar las piernas que le duelen y el cansancio que siente después de un almuerzo coronado con un postre exquisito con doble porción de dulce de leche.

Yo, que en los tres días que he estado en Buenos Aires he estado leyendo dos libros sobre la plena presencia en la vida cotidiana, pienso “A mí tenía que tocarme, ¿qué voy a hacer ahora?”, pero no puedo decir que no, primero y sobre todo por los libros pero después por ella, que me comenta el postre y se ríe y no se siente sola en esa banca. Enfilamos las dos, no sé si por Esmeralda o por Suipacha o por ninguna de esas calles, y nos vamos despacio mientras ella me cuenta, solo ella me cuenta y yo la escucho.

La señora Elvira vive sola en un piso en pleno centro y no parece tener parientes muy cercanos que la acompañen o la ayuden. Cuando le pregunto, un poco de soslayo, me dice que tiene muchos primos en España y varios en provincia. Alguien le hace las compras, alguien la lleva al banco a comienzos de mes y siempre hay alguien como yo que accede a acompañarla hasta su casa. Elvira no habla de hijos ni me habla de sobrinos; de repente, se apoya en el bastón y me dice riendo “A esta edad, uno tiene que hacer lo que quiera y cuando quiera: si quiere dormir, duerme; si quiere comer, come”. Pero se levanta todos los días y conoce a las chicas de todas las tiendas del centro comercial, sobre todo a las de “Extralarge” que son unas divinas.

Al frente de su casa, me dice que es soltera con una gran sonrisa “Es que los matrimonios son una lotería y yo estoy bien así, porque no me gusta que me digan lo que tengo que hacer”.

La señora Elvira divide todos los meses su jubilación de cuarenta años en Correos en cuatro partes iguales: un cuarto para mantener el piso, un cuarto para comida, un cuarto para médicos y un cuarto para salidas, la de hoy por ejemplo, la de esta misma tarde en la que se comió un postre con porción doble de dulce de leche, seguramente un regalo del mozo que la conoce desde hace veinte años y que la ve venir siempre igual de sonriente los martes y los sábados y a veces, cuando llueve, también un día jueves.

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