Cuando estás en una ciudad que no es la tuya y la atraviesas de lado, de un lado que es siempre diagonal porque no la conoces y te la encuentras como una fruta abierta sin método ni estilo, ves a los que están solos un viernes casi noche y sin afeites.
A las cuatro, a las seis y también a las ocho, si llegas a una plaza verás a las familias de monoparentales o multiloquesea. En el café de la esquina, te encontrarás con la abuela celebrando el cumpleaños con la hija y la nuera y con todos los chicos. A las siete, verás a las amigas codeando comentarios y un pedazo de torta, ya volviendo del cine o preparándose.
A las ocho y media, a las diez en verano, verás los que están solos en este y otros barrios. Los que quedaron solos después del café pulcro a media tarde. Los que compran algo ya cocinado o algo por cocinarse y siempre uno. Los que están en la cola con siempre menos gente y se hablan o preguntan.
Los que se alejan después en las esquinas, ya pensando en la tele o en el libro y, en las mejores ciudades, saludando de a uno a uno a los porteros. Con una sola bolsa y con la noche larga por delante, o quizás un resfrío.
domingo, 21 de agosto de 2011
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