En una noche de perfecto insomnio, sin alcohol y sin nubes, todo ser humano podría imaginar todas las formas posibles de la divinidad: única, doble, triple o colectiva, a la manera de los griegos. En las dos horas siguientes, evocaría sin mucha dificultad todos los juegos en los que se ha enredado, desde la más antigua niñez que pueda recordar hasta el mismísimo ahora de esa noche. En las dos o tres horas que queden desde entonces hasta la madrugada podría divertirse diseñando castillos o sociedades enteras hasta en sus más mínimos detalles. Las horas que falten para enterar el alba serían de soñar, pero despierto. Soñar, como soñamos todos, con escenas completas y llenas de misterios, escenas coloridas que recordará después sin saber si fueron más o apenas menos que los juegos y las elucubraciones de las dos y las tres de la mañana, universos completos de los que será protagonista, sin saber si el mundo va a acabarse ni si los animales que lo acechan son poesía o pesadilla. Símbolo de otros símbolos, simplemente cansancio.
5 de julio de 2011
viernes, 5 de agosto de 2011
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