domingo, 21 de febrero de 2021
Desde mayo, los Gutiérrez (que se conocieron en la zapatería del centro comercial ahora cerrado) cocinan pizas que les compran casi todos los vecinos, sus amigos y sobre todo la familia de los Muñoz (los que trabajaban de ayudantes en la escuela), que hacen tortas de panqueques con crema que les venden a los Silva, los mismos que les llevan huevos de campo a los Díaz, que acaban de organizar un servicio de despacho de fruta fresca a domicilio y que en el camino recogen los zapatitos para recién nacidos que teje la señora Francisca, de los colores que le pidan.
“¡Voy a poder! ¡Voy a llegar!”, se dice sin decirlo, pensando en la película que veían con los primos. Es raro, pero desde su casa hasta el estero no lo detiene nadie; quizá porque se cuela por las calles más solas, porque se atreve por las avenidas donde seguramente hay otros más sospechosos que él, Después de tanto zigzaguear, llega al faldeo de los primeros cerros con la carpa, linternas y varias bolsas con comida que deberían alcanzarle para un mes y medio. “¡Voy a poder!”, se dice.
martes, 16 de febrero de 2021
Cuando vuelvas a ir, usarás una talla más de ropa y por primera vez, te resignarás a las odiadas zapatillas en lugar de zapatos. No te importará ir con calcetas gruesas, con una bufanda chillona y abrigada que no combina muy bien con el abrigo. El viento será el mismo que hace llorar de frío; la indiferencia de los que esperan en el paradero la misma que recuerdas. Pero te alegrarás más que nunca en esas calles.
viernes, 5 de febrero de 2021
Por recomendación del oculista, hace una pausa cada veinte minutos, mira a unos cinco metros de distancia y parpadea. En los pocos segundos del descanso, descubre una cortina que baila con ese viento raro que baja por las tardes a pesar del calor. Descubre un patio lleno de niños, descubre una piscina improvisada.
Deja la cubetera apoyada en el borde, para ir sacando hielos y agregarlos al jugo, por si sirviera de algo en esa tarde calurosa. Poco después, un golpe: la cubetera en el suelo, hacia abajo como las tostadas que caen siempre sobre el lado donde va la mermelada, y rodeada de agua.
Un par de gotas y nada más que
un par de gotas de hielo derretido deben de haber sido suficientes para que el
plástico perdiera el equilibro. A veces, cuando sale a la calle, se pregunta
dónde están esas gotas, en qué cruce, en qué almacén, ¿en el botón del
ascensor?, ¿en la manilla?.