El
silencio, se dio cuenta enseguida, era mucho más grande que oír nada. Más
fuerte y frágil que la falta de ruido.
Eso
lo descubrió un jueves en la tarde y se quedó sintiéndolo todo el fin de
semana.
El
silencio, se le ocurrió al comienzo, era una falta. Luego pensó que era un
alivio. Lo encontró en los rincones y le gustó la forma que tenía, que era no
tener forma. Después, lo encontró en el balcón antes de que aclarara, apenas
distraído por unos pocos pájaros. Lo sorprendió más tarde, en pleno día entre
los bocinazos.
En
la noche, cuando recién empezaba a entenderlo o creer que entendía, lo descubrió
al lado de un semáforo, medio escondido y nuevamente apenas. No dejó de buscar
y de írselo encontrando en la fila del metro, en los pasillos de los
supermercados, en los árboles tranquilos de la plaza. Entre los gritos de los
niños que jugaban, siempre a su alrededor y siempre abierto.
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