sábado, 24 de junio de 2017

El silencio, se dio cuenta enseguida, era mucho más grande que oír nada. Más fuerte y frágil que la falta de ruido.
Eso lo descubrió un jueves en la tarde y se quedó sintiéndolo todo el fin de semana.
El silencio, se le ocurrió al comienzo, era una falta. Luego pensó que era un alivio. Lo encontró en los rincones y le gustó la forma que tenía, que era no tener forma. Después, lo encontró en el balcón antes de que aclarara, apenas distraído por unos pocos pájaros. Lo sorprendió más tarde, en pleno día entre los bocinazos.

En la noche, cuando recién empezaba a entenderlo o creer que entendía, lo descubrió al lado de un semáforo, medio escondido y nuevamente apenas. No dejó de buscar y de írselo encontrando en la fila del metro, en los pasillos de los supermercados, en los árboles tranquilos de la plaza. Entre los gritos de los niños que jugaban, siempre a su alrededor y siempre abierto.

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