viernes, 19 de agosto de 2016

Ayer, después de varios días de ir leyendo su último libro de cuentos sobre tipos perdidos en moteles de última, excampeones de box que persiguen recuerdos y borrachines varios, me sorprendió el autor en la mesa de al lado de un café sin estrellas. Ahí estaba, en la mesa del rincón con un amigo, ni tomando un buen whiskey ni una copa de nada, las manos hechas nudo, el pelo alborotado, lento, senil a ratos. 

Cuando se levantó, pensé en decirle algo, pensé acercarme, en hablarle del libro, de todos los que tengo, de lo mucho que me emociona su mirada. Pero no quise hacerlo; por él, por mí, no sé. Por guardar solamente el azul de sus ojos, que sigue siendo el mismo de sus primeras fotos. 

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