o “Primer intento de blog en la Europa medieval”
Por no tener dinero para publicar en una buena versión encuadernada lo que iba escribiendo ni nadie en el condado que le ayudara a hacerlo, Rinaldo se hizo el hábito de clavar sus manuscritos en un tablero que, por suerte, encontró no lejos de la plaza y, por milagro, vacío.
El tablero tenía, fuera de esas, la virtud de estar en un lugar muy transitado por las damas que subían por lo menos una vez a la semana hacia la iglesia, comerciantes de muy variado tipo y hasta extranjeros que recorrían a pie el trayecto desde el embarcadero a las tabernas, lúcidos todavía o bien ebrios y con mucho interés por todos sus escritos.
Después de trabajar todo el día para otro, Rinaldo se sentaba ante el mesón de madera del cuarto que alquilaba a rellenar páginas de páginas con las ideas que se le habían ido ocurriendo en las horas muy lentas de toda la jornada y que iba memorizando para poder recordarlas después, cuando por fin podía dejar de ser dos para ser uno y no más que uno, el Rinaldo encorvado y ansioso que perseguía ideas con una letra rápida y redonda.
El sábado en la tarde y sin faltar ninguno, bajaba hasta la plaza con el rollo de páginas que retiraría el sábado siguiente y un buen montón de clavos de los más finos que encontraba en el mercado para repetir casi sin variaciones el rito de esperar que los comerciantes se fueran retirando y, poco antes de que empezaran a llegar los músicos o a juntarse los viajeros, retirar lentamente los textos ya un poco amarillentos o un poco desgajados y colocar los nuevos, los que nunca sabía cuántos se detendrían a leer hasta el siguiente sábado.
Los que entonces eran jóvenes o niños todavía recuerdan haberle oído contar a los pies del tablón o, mucho después, en varias de las muchas tabernas de la ciudad, que un sábado de tarde, cuando llegó a cambiar los textos de la semana anterior encontró, con sorpresa primero y luego con codicia, un escrito casi con tinta fresca al pie de su despliegue. Los jóvenes de entonces, o niños todavía, recuerdan hechos vagos a partir de esa historia, relatos que coinciden o que se contradicen. A partir de ese día, dicen muchos, Rinaldo empezó a escribir cada vez menos, siempre con la esperanza de que en todo el espacio que luego dejaría alguien le contestara con una o varias páginas. Hay otros, también muchos, a quienes nadie podría discutirles que Reinaldo siguió escribiendo con más entusiasmo incluso que antes, inspirado por lo que le parecían respuestas o agregados. Nadie está muy de acuerdo, pero unos pocos dicen y aseguran que después de ese sábado Rinaldo abandonó su empleo y empezó simplemente a recorrer tabernas donde contaba cuentos y más cuentos pero nunca de osos ni de cisnes, cuentos siempre delgados y creíbles, que nadie, ni en los rincones más pobres del lugar ni en los más eruditos, podría comentarle o rebatirle. Pero esos son muy pocos y tienen pocas razones que lo prueben.
jueves, 24 de noviembre de 2011
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1 comentario:
Me trasladó a la plaza del pueblo...pude observarlo escondida detrás de la fuente....
(me encantó)
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