domingo, 13 de noviembre de 2011

Octavio

Octavio estaba convencido que todo gesto amable, incluidos los suyos, se sumaban sin mayor trámite ni mayor aspaviento a un caudal que, aunque sin definir, facilitaba la buena convivencia, la sucesión ininterrumpida de las estaciones y la pesca, tanto de mar como de río.
Octavio imaginaba un mundo en el que cada ceda el paso respetado tenía un eco inmediato en otro plano, aunque no lo explicara en esos términos y más bien en ninguno.
Por eso, y a pesar de vivir a veces meses sin el menor rasguño, Octavio no podía dejar de ponerse melancólico después de casi saltarse una luz roja o, por simple distracción, pagar en la caja para las embarazadas en un supermercado.

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