Si la luz es la interpretación de longitudes percibidas por el ojo y los ojos de la especie animal, incluido el hombre que imagina, ¿qué colores tendrá la estrella Eta Carinae, conocida también con la denominación mucho menos emotiva de NGC 3372? ¿Qué colores tendrá en un firmamento donde los pétalos de las nebulosas se miden en miles de años luz y cosas parecidas?
Rodeada, como si fuera poco, por la nebulosa del homúnculo y conformada por polvo estelar y gas emitido por la estrella en una erupción detectada alrededor de 1840, época en la que era la segunda estrella más luminosa del firmamento nocturno, ¿qué hará allá en su espacio propio, en el que todavía no se han inventado los colores?
Allá, en esas galaxias, la estrella tan brillante en su momento y hoy tan oculta por nubes celestiales, no ha de tener colores. Si los tuviera, y en eso discreparían los cientificos como mayormente discrepan sobre todo, tendría que ser algo cercano al requesón que no es negro ni es blanco, ni demasiado denso ni demasiado blando. Tendrá que ser del tono de los grandes espacios que no tienen más color que vibraciones: lenta y con apenas un zumbido mezclado con los muchos zumbidos incoloros que nos recuerdan la mínima falacia de mirarnos la ropa y descubrir que está llena de motas, vergüenza de vergüenzas en un mundo repleto de manchones.
domingo, 28 de junio de 2009
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