martes, 8 de diciembre de 2020

Sin autos y sin más ruido que el chillido de los loros, en el silencio de una tarde de agosto lo único que se escucha es el golpe de una tabla que retumba una vez y otra vez en la vereda. No alcanza a ver al quién que se entretiene a pocos metros de su casa, pensando en los amigos con los que se encontraba los domingos de tarde en el terreno que les prestó el alcalde, un día como ese hace dos años, cuando sonreía a las cámaras evitando mirarlos.


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