sábado, 5 de enero de 2019



Cuando se fue de vacaciones, la ciudad le dolía del cuello hasta el estómago como un algo grumoso. Tres semanas después, no había terminado de limpiarlo. Y así volvió a Santiago, con el mismo dolor que era el cielo sin nubes, la cordillera borrosa ya a principios de marzo, los empujones en la calle, las bocinas.


Eran las 2:26 de la mañana y le sorprendió el silencio: ni un solo auto, ni ladridos ni voces. Recién pudo dormirse cuando escuchó un camión que se acercaba por la avenida, silbando primero, tronando después como un tren de los viejos para romper ese equilibrio ajeno.