sábado, 21 de abril de 2018


Don José
Cuando murió don José, decidieron dejar la silla en la que se sentaba en un rincón de la farmacia donde siempre había estado, donde en los últimos años se pasaba las tardes controlando las ventas y conversando con los antiguos clientes. La silla les recordaba su costumbre de regalarles caramelos a los niños, de levantarse a las cinco y media, cada vez más despacio, para ir a comprar pasteles a la panadería de al lado, uno para cada una de las vendedoras y un tercero para el chico de los encargos.
Una noche, poco antes del cierre, se encontraron a un hombre sentado en la silla que llevaba vacía varios meses. Tenía la misma edad de don José y una camisa blanca perfectamente planchada, como las suyas. No le dijeron nada y lo dejaron quedarse, pensando que era un cliente necesitado de descanso.
Al día siguiente, volvió a sentarse en el rincón y solo se levantó a las cinco y media para ir a comprar pasteles en la panadería. Y fue llegando así todos los días, puntualmente, para quedarse hasta las nueve sin decir una palabra, salvo para saludar a los antiguos clientes y regalarles caramelos a los niños.


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