El
hombre que intentó borrarse el cuerpo
Era tanto lo que le dolía casi todo, los
hombros para empezar, las rodillas a toda hora, la espalda a partir del
mediodía, las caderas cuando no caminaba o caminaba mucho, la cabeza cuando se
descuidaba, que Elías decidió borrarse el cuerpo.
Por suerte, a esas alturas de la
ciencia, no era imposible hacerlo.
Primero fue a ver médicos de distintas especialidades y distintos
hospitales. Siguió con las farmacias, primero las más grandes, de cadena, y
luego con las más antiguas donde podía conversar con la farmacéutica, con el
dueño o las señoras que atendían, siempre amables y de delantal blanco. Por último, y aunque no creyera mucho en lo
que le ofrecían, con todos los especialistas en medicina china que publicaban anuncios en
revistas de salud alternativa, todos los ayurvédicos, yerbateros y profetas que
alcanzó a visitar en las ocho semanas que se puso de plazo.
Poco después de empezar con los primeros
calmantes, aparecieron los primeros síntomas de algo que mejoraba. Cuando les
fue sumando las yerbas y las pócimas, los cristales de plantas ancestrales, los
extractos de alas de mariposas, el alivio fue entero. Elías pasó así varias semanas: feliz, por
primera vez en muchos años de no sentir dolores ni en los hombros ni en la
espalda ni menos en las piernas.
Y siguió disfrutando de esa especie de
nube, hasta un día. El día en que sintió
que algo le faltaba; algo lento, algo entero y antiguo por debajo del cuello.
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