viernes, 23 de mayo de 2014

El hombre que intentó borrarse el cuerpo

Era tanto lo que le dolía casi todo, los hombros para empezar, las rodillas a toda hora, la espalda a partir del mediodía, las caderas cuando no caminaba o caminaba mucho, la cabeza cuando se descuidaba, que Elías decidió borrarse el cuerpo.

Por suerte, a esas alturas de la ciencia, no era imposible hacerlo.   Primero fue a ver médicos de distintas especialidades y distintos hospitales. Siguió con las farmacias, primero las más grandes, de cadena, y luego con las más antiguas donde podía conversar con la farmacéutica, con el dueño o las señoras que atendían, siempre amables y de delantal blanco.  Por último, y aunque no creyera mucho en lo que le ofrecían, con todos los especialistas en medicina china que publicaban anuncios en revistas de salud alternativa, todos los ayurvédicos, yerbateros y profetas que alcanzó a visitar en las ocho semanas que se puso de plazo. 

Poco después de empezar con los primeros calmantes, aparecieron los primeros síntomas de algo que mejoraba. Cuando les fue sumando las yerbas y las pócimas, los cristales de plantas ancestrales, los extractos de alas de mariposas, el alivio fue entero.  Elías pasó así varias semanas: feliz, por primera vez en muchos años de no sentir dolores ni en los hombros ni en la espalda ni menos en las piernas.


Y siguió disfrutando de esa especie de nube, hasta un día.  El día en que sintió que algo le faltaba; algo lento, algo entero y antiguo por debajo del cuello.  

No hay comentarios: