lunes, 16 de julio de 2012
Pampa Unión
Llevaba siete días recorriendo la pampa, siete días cansados
y cansadores con noches frías que no había imaginado nunca en ese norte. Había partido una vez más con la mochila
cargada, mapas, el saco de dormir y las ganas de siempre de encontrar el
silencio. En las mañanas salía a la
carretera y me dejaba llevar por un camionero, fuera donde fuera con tal de
hablar un poco, pero apenas empezaba a bajar un poco el sol me alejaba a los
cerros y hacía campamento. No voy a
hablar de las noches, porque no hay cómo describirlas; solo puedo decir que mis
mejores horas las pasaba solo con el viento.
Fue ese séptimo día, cuando un camión de tres ejes me dejó
frente a una antigua salitrera, más olvidada que todas las demás, que no
figuraba en ningún mapa y de la que solo podía adivinar el nombre. Según las guías de viaje, la salitrera habría
funcionado a rastras hasta el 52 y sus habitantes se habían dispersado como
tantos. Detrás de una muralla, la
primera y menos derrumbada, un sillón gris y apenas desgastado, posiblemente
muy pesado o muy inútil para que nadie quisiera llevárselo. Un sillón y nada más entre los muros sin una
viga ya, sin un resto de brasero, sin muñecos reventados entre las piedras, sin
un jirón de nada.
No me atreví a sentarme, a pesar de llevar días recostándome
en piedras o en la arena. El sillón podía estar lleno de piojos o recuerdos;
era demasiado pequeño para dormir en él y demasiado antiguo para confiarle un
sueño. Un espejismo de cuadros grises en
medio de la pampa, un guiño en el desierto con el tapiz intacto.
Cuando empezó a oscurecer, puse el saco de dormir al lado
del sillón, me hice un buen mate con el que le hice un brindis y un par de
horas más tarde me dormí nuevamente sobre la tierra de la pampa.
domingo, 24 de junio de 2012
La realidad
La realidad es más extraña que la ficción. ¿Por qué? Porque la ficción es siempre apropiada, mientras que la realidad es solo hechos y se limita a ocurrir, brutalmente, sin importarle su conveniencia para la gente o las cosas que la rodean.
Si mi biblioteca ardiera esta noche, Aldous Huxley
Si mi biblioteca ardiera esta noche, Aldous Huxley
miércoles, 6 de junio de 2012
lunes, 28 de mayo de 2012
lunes, 26 de marzo de 2012
La fragilidad
. . . descubrí a grandes antepasados (Shakespeare y Dostoievski, los autores desconocidos del Mahabarata, Corneille, Chateaubriand, Balzac, Proust), de los que aprendí lo que seguramente ya sabía: que un personaje no puede conmovernos a menos que encontremos en él lo que definimos como “vulnerabilidad”. Todo el teatro, todo el cine, toda la literatura, todas las formas de expresión se basan en la fragilidad, que es nuestra fuente oculta, el origen de toda emoción y de toda belleza. Aceptémosla, reivindiquémosla. Seamos frágiles, pero también flexibles. Y actuemos con serenidad ante lo desconocido. Protejamos nuestra fragilidad y protejamos lo inútil, que nos defiende del simple cálculo pragmático que nos domina. Lo inútil, porque nos permite evadirnos, porque es nuestra salida de emergencia. La fragilidad, porque nos ayuda a acercarnos, mientras la fuerza nos aleja.
Jean-Claude Carrière, La fragilidad.
Jean-Claude Carrière, La fragilidad.
miércoles, 21 de marzo de 2012
Sauce en Manhattan
A la derecha del puente de hierro crudo y duro, hay un sauce al que recién le empiezan a aparecer los brotes de primavera, más verdes que las hojas del verano, más verdes y brillantes.
A la derecha del sauce, un edificio en el que rebota la luz, superficie de vidrio sin matices que no acoge ni encierra.
Si alguien pudiera caminar por lo más alto del puente, a unos treinta metros de la calle, vería claramente la mezcla de cemento, restos de asfalto y piedras en que va creciendo el árbol con sus verdes.
A la derecha del sauce, un edificio en el que rebota la luz, superficie de vidrio sin matices que no acoge ni encierra.
Si alguien pudiera caminar por lo más alto del puente, a unos treinta metros de la calle, vería claramente la mezcla de cemento, restos de asfalto y piedras en que va creciendo el árbol con sus verdes.
lunes, 5 de marzo de 2012
Definición imprescindible
Mano de Judas: Cierta especie de matacandelas, en forma de mano, que en la palma tiene una esponja empapada en agua, con la cual se apagaban las velas.
Del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
Del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
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