jueves, 23 de diciembre de 2010

Doña Mercedes

Don Herrabundo Martínez Martínez estuvo enamorado una vez, a los casi siete meses de estar viudo, de una mujer buena y bastante rolliza que, por el plazo exacto de tres a cuatro semanas, lo tuvo embelesado con sus gracias.
No se sabe hasta ahora por qué don Herrabundo se negó a seguir sintiendo de tal forma, porque la buena dama, Mercedes de su nombre y desde siempre, madre de cuatro hijos y abuela ya de siete, era de lo mejor que podría ocurrirle en tiempos de desgracia como esos y sobre todo invierno.
La señora Mercedes que, a pesar de todos los hechos mencionados, era de esas mujeres macizas pero tiernas y de las que en el peor de los casos se podría decir que eran delgadas pero con todos los huesos escondidos y, era, como se ha dicho, lo máximo que podría haber deseado: buena ama de casa, redonda y llena de matices y cinturas, tierna y emprendedora, tan llena de talentos que a muchos otros hombres los habría asustado de solo imaginarla en un rato de órdenes e ideas.
Don Herrabundo la abandonó en la cantina del pueblo un sábado de noche por sentir que era mucho. Y, lo que es casi peor, la dejó pasar sola por varios ballenatos y otros valses.
Doña, la doña Mercedes, no dejará jamás de contarles a los nietos de ese señor tan fino que un día la invitó y casi la sedujo. Él, por no poder tragárselo, dice que fue un romance de una noche. Y no se atreve a más, porque doña Mercedes le sobraba.

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