sábado, 17 de julio de 2021


 

El domingo se despertó a las seis y tan despierto que se levantó, se hizo el primer café y dejó abierto el pan para más tarde. ¿Es la edad o el silencio?, seguía preguntándose una taza después y hasta las siete y media, cuando empezó a quitarles las hojas secas a las plantas, sin nadie todavía a quien hablarle. 



 

No es porque nos guste espiar a los vecinos; no, ni eso ni nada parecido. Pero a las ocho están en la cocina, frente a esta ventana que da a otras ventanas, y los vemos. Comida no nos falta y a esa hora sacamos las bandejas del congelador, ordenadas de a dos y para cada día.

En el verano eran solo siluetas, pero ahora es muy fácil seguirlos y (¡que no lo sepa nadie!) los seguimos. Uno de ellos se agacha y corta algo, seguramente verduras por lo que se demora. El otro toma un trozo de carne y pasa toda la primera copa de espumante aliñándola con lo que saca de unos frascos alineados. Se miran y se ríen; se miran y se ríen noche a noche, como si el miedo no anduviera rondando todavía. Cuando terminan, dejan la luz prendida, en una película al revés en que no hay negro entre una escena y otra.