Don José
Cuando
murió don José, decidieron dejar la silla en la que se sentaba en un rincón de
la farmacia donde siempre había estado, donde en los últimos años se pasaba las
tardes controlando las ventas y conversando con los antiguos clientes. La silla
les recordaba su costumbre de regalarles caramelos a los niños, de levantarse a
las cinco y media, cada vez más despacio, para ir a comprar pasteles a la
panadería de al lado, uno para cada una de las vendedoras y un tercero para el
chico de los encargos.
Una noche, poco antes del cierre,
se encontraron a un hombre sentado en la silla que llevaba vacía varios meses. Tenía
la misma edad de don José y una camisa blanca perfectamente planchada, como las
suyas. No le dijeron nada y lo dejaron quedarse, pensando que era un cliente
necesitado de descanso.
Al día siguiente, volvió a
sentarse en el rincón y solo se levantó a las cinco y media para ir a comprar
pasteles en la panadería. Y fue llegando así todos los días, puntualmente, para
quedarse hasta las nueve sin decir una palabra, salvo para saludar a los antiguos
clientes y regalarles caramelos a los niños.