En las mañanas no hay casi nada más que
ruidos y cemento. En pleno mes de julio, no hay pájaros, ni siquiera hay
silencio.
Por eso, no queda otra que escuchar a los
perros en la tarde: los que se ponen a pelear en las veredas, los que chillan
encerrados y celosos, los que algo ladran desde los pocos patios que nos
quedan.
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