jueves, 26 de enero de 2017

Para volar (o no volar) en avión

Dicen que el cielo es lo mismo que la Tierra: una gran carretera. El cielo podría ser el lugar de donde nos caemos, pero el cielo solamente nos recuerda que en esta no hay señales, que todo es pasajero.
En los aviones, los más ansiosos piden varios vasos de vino o lo que venga. Los más hambrientos piden un postre doble. Los más solos se aferran a la pantalla, a la princesa que vuelve a la película después de treinta años. Los más místicos buscan constelaciones, sin dejar que la azafata les baje la ventana cuando comienza la venta de perfumes. Los más miedosos se quedan entremedio, auscultando el reloj y el mapa que les da un poco de calma.
La luna hace lo suyo. Por debajo, pueblos en cáscaras de luz; pueblos que son apenas un contorno, desconocidos, nada más que un esbozo debajo de las nubes.
La noche es larga y el día llega absurdo, se viene encima cuando recién el sueño. 

En una buena novela solo se nos diría que el aire nos empuja. 

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