La tradición judía habla de los sabios ocultos, que han de ser 36 en toda época y período, que probablemente ni siquiera sepan que lo son y que no se conocen entre ellos.
De esos sabios, humildes por no saber que lo son, que es la mejor manera de ser sabio, por lo menos uno, como lo sostiene la tradición contemporánea y del exilio, ha de ser un jubilado de esas múltiples ocupaciones que mantuvieron a un Juan Rulfo y a un T.S. Elliot ganándose el pan detrás de un escritorio, sufriendo por hacerlo y sin dejar nunca de escribir por no concebir el mundo sin palabras.
Se dice, y en eso discrepan tanto las fuentes como quienes las citan, que uno de ellos es un jubilado de los tiempos actuales que se pasea por las calles con una sonrisa que sólo puede provenir de saber que ha cumplido su tiempo de condena y que ahora puede dedicarse sin ni un poco de culpa a ocupaciones varias, entre las que destaca el sonreír a desconocidos que no sabrán nunca el origen de su sonrisa pero que se irán a su vez por las calles sonriéndoles a muchos a su vez desconocidos, iluminando el transporte público con un despliegue de gratuidad infantil que luego tratarán de reproducir en “Facebook” con mejores o peores resultados.
El sabio juntará latas que no le pertenecen y que nunca ha vaciado, con el único ánimo de luego reciclarlas.
El sabio se sentará en las plazas, no a darles de comer a las palomas como en la imagen típica, sino a conversar con los policías o barrenderos de turno, que en los mejores países celebran las pausas en su trabajo con un café de grano y una grasosa medialuna.
El sabio acudirá cuando pueda a algún acto público, con el único afán de retirarse antes de que termine. Se irá del cine cuando la película le parezca un adefesio, alentando a los que no se atreven con un gesto parecido a desafiar las críticas y devolver el boleto comprado con descuento para mayores de sesenta.
El sabio, este sabio del que no habla la tradición más ortodoxa, se detendrá delante de los árboles amarillos de otoño. Pondrá pausa donde los otros ponen prisa. Se moverá despacio entremedio de todas las bocinas.
Y se irá por las calles sin saber que lo es; por eso, porque es sabio.
sábado, 28 de agosto de 2010
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1 comentario:
encantador tu texto teresita
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