viernes, 26 de septiembre de 2014


Hay escritores que nos invitan a entrar en un terreno de locura, no de locura como desvarío sino de lógica propia en la que el juego y el humor, siempre sutil, derrumban estanterías enteras de creaciones clásicas.  Es Baricco en todos sus escritos, Cortázar por supuesto, Calvino en Las cosmicómicas, Quignard en Butes, Borges en sus imaginarios impecables. 


Es esta la locura a la que algunos lectores se encaraman, al menos por un tiempo, sin exigir ni orden cronológico ni sucesión de ideas, sino todo lo contrario: fascinados de dejarse llevar por una forma de mirar en la que los contrarios se unen en madeja, un ver el mundo en el que todo se desorganiza como en la mejor de las realidades, mirado desde un prisma, desde una cámara antigua en la que en la que todos aparecíamos con los pies en el aire.  La locura que nos libera de las categorías y nos abre al espacio donde todo es a la vez posible e imposible.