El zorzal, dicen, viene todas las
mañanas a aletear delante de un espejo.
El espejo, redondo, mide cincuenta centímetros de diámetro y el zorzal
aletea creyéndolo ventana. El zorzal no
mira a los costados, no ve los árboles que rodean al espejo. Y vuelve, dicen, todas las mañanas a la misma
hora. A aletear nuevamente delante del
espejo.